jueves, 7 de julio de 2011

FRAGMENTO

Se fundió luego en la lectura de aquel libro que logró mantener su interés; por más de una hora sus ojos estuvieron fijos en aquellas páginas blancas que suscitaban su alegría.  Lo que leyó en un extenso capítulo despertó en ella el infinito deseo de adentrarse o por lo menos expiar en las mentes de las personas; sí, se dedicó a estudiar la conducta humana, más exactamente deseaba conocer la misteriosa manera de cómo una emoción incitada por un pensamiento induce a un hombre a llevar a cabo los infinitos actos que comete diariamente; meditaba mucho sobre la perniciosa influencia que ejercen sobre la mente las percepciones que los seres humanos somos capaces de concebir.


Desde la pequeña ventana de su cuarto observaba el mundo exterior, un mundo ignorado  por la mayoría de los mortales, ajeno al pensamiento común, totalmente desprovisto de toda mirada, de toda contemplación,  pero para ella un mundo lleno de encanto y misterio incapáz de pasar desapercibido ante una mente tan ávida; un mundo que no podía pasar mudo ante sus oidos, ciego ante sus ojos; un mundo maravilloso que de manera imperiosa deseaba explorar.






La meditación de lo que es posible, la irracionalidad humana, la inconciencia reinante, los esfuerzos y sacrificios obligatorios de la vida, aquello que promueve el llanto y suscita la alegría, los contrastes existentes en la naturaleza, las sensaciones puramente humanas, aquello que involucra a los sentidos y que es percibido a través de ellos, la ira que se instaló y luego encontró su cause, la emoción que duró lo que un instante, la reflexión banamente hecha después del cometido, la vida que se vive sin llevar cuenta, pensamientos y deseos que se conviertieron en actos, percepciones que llegaron a materializarse, ideas a las que se les dió acabado.


Se convirtió en lo que ella misma llamó centinela de la vida, de los momentos que van y vienen, de las emociones de cada día, de los pensamientos individuales, de las teorias y filosofías cada una con un autor. Mantenía sus ojos abiertos a todo cambio promovido, a todo suceso inevitable; y sus oidos despiertos a toda conversación, a todo sonido proveniente del exterior. Despierta estaba a las distintas formas de proceder, a las palabras dirigidas,  a toda contemplación ajena a la mayoría de los mortales.

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